Tolerancia y progreso
En el Siglo XVIII, algunos de los filósofos de la ilustración, señalaron la relación que existe entre una actitud de tolerancia y el progreso de los pueblos. El progreso en las ciencias, en la tecnología, en las leyes y costumbres sólo podía desarrollarse en un marco adecuado de respeto y proliferación de ideas divergentes. Es algo que numerosos ilustrados señalaron reiteradamente, con la excepción de Rousseau, cuya visión del progreso difería. Así, la concepción de progreso desarrollada por Turgot en sus Discursos sobre el progreso humano (TURGOT, A.R.J. (1991) Discursos sobre el progreso humano. Madrid: Tecnos. (versión original 1750)) parte de la idea de que el ser humano se encuentra en principio sobre el mundo como frente a un enigma. Sólo mediante la experiencia y múltiples tanteos puede llegar a hacerse una imagen clara del mundo.
El mundo es para Turgot, en efecto, enigmático: “(...) y el hombre, cuando comienza a buscar la verdad, se encuentra en medio de un laberinto donde entra con los ojos vendados” (Turgot, Op. Cit., 42). Esta idea conduce a una defensa de la tolerancia basada en la necesidad de que ésta presida una continua investigación y búsqueda de la verdad. De hecho, este clásico defensor de la idea de progreso insiste en que todo intento de fosilización de una cultura, por muy meritoria que ésta haya mostrado ser, atenta contra la lenta pero ascendente marcha del progreso.
Tenemos, pues, que fomentar la proliferación de ideas y aceptarlas todas como pasos necesarios en la construcción de la verdad. “Así, a fuerza de tantear, de multiplicar los sistemas, de agotar -por decirlo así- los errores, se llega finalmente al conocimiento de un gran número de verdades” (Ib., 43). Esta idea reaparece en todos los representantes de la Ilustración: la necesidad de una tolerancia generalizada que permita el desarrollo de las ciencias y/o el progreso.
En la Carta sobre la tolerancia de Locke, se defiende de modo tajante la separación radical entre la religión y el Estado. El establecimiento de un "imperio de la tolerancia" implicaba la crítica a ciertas estructuras sociales y políticas. En este sentido, su defensa de la tolerancia va pareja a un fuerte espíritu crítico u al ataque contra el fanatismo de los gobiernos e Iglesias, esto resulta especialmente relevante en Voltaire.
En el siglo XX, la necesidad de una amplia tolerancia para poder hablar de progreso en las culturas la ha desarrollado Levi-Strauss en sus ensayos "Raza e historia" y "Raza y cultura" (LEVI-STRAUSS, Cl. (1996) Raza y cultura. Madrid: Cátedra). Aunque este autor advierte que no existe un progreso en términos absolutos, sino tan sólo en relación a los criterios particulares de quien juzga acerca de su existencia. “(...) el progreso no es más que el máximo de los progresos en el sentido predeterminado por el gusto de cada uno” (LEVI-STRAUSS, Op. Cit., 90).
En realidad, el esfuerzo creador y la invención, que caracterizan la noción actual de progreso, son propios de todos los pueblos. Prueba de ello es que numerosos inventos proceden de culturas no occidentales (Cfr. Ib., 87). Esto es así porque las formas más llamativas de culturas acumulativas (las que más claramente parecen progresar) no han sido culturas aisladas, sino culturas que combinan voluntaria o involuntariamente sus "juegos respectivos" (es decir, investigaciones e indagaciones en la naturaleza y la tecnología, por ejemplo) y se coaligan con otras. La posibilidad de progreso dependerá del número y diversidad de culturas que juegan en común. Todos los puntos de vista, todas las culturas, han de colaborar para que exista progreso. En este sentido, nuestro autor concluye que todas merecen ser toleradas en su originalidad, en cuanto representan juegos únicos. La tolerancia tiene el sentido de fomentar esta particularidad, como aportación original a las demás (Ib., 104).
El progreso sólo es posible concebirlo si existe relación e intercambio entre culturas que, no obstante, deben mantener sus propias peculiaridades. En este sentido, todas las culturas participan de un progreso y acumulan descubrimientos. En el supuesto de que una no lo hiciera, sería como consecuencia de su total aislamiento.
Afirma Levi-Strauss: “(...) la historia acumulativa es la forma de la historia característica de estos superorganismos sociales que constituyen los grupos de sociedades, mientras que la historia estacionaria -si existe de verdad- sería la marca de ese género de vida inferior, que es el de las sociedades solitarias” (Ib., 94). El progreso no es, por tanto, patrimonio de una sola cultura (como se ha creído, de manera etnocéntrica), sino que se da necesariamente entre varias. “(...) no es la propiedad de ciertas razas o de ciertas culturas que se distinguirían así de las otras” (Idem.).
Es necesaria la coalición de las diversas culturas, que se comuniquen y, en cierto sentido, se unan, pero que a la vez que interaccionan mantengan las diferencias, las peculiaridades que les son propias a cada una. "La civilización mundial no podría ser otra cosa que la coalición, a escala mundial, de culturas que preservan cada una su originalidad (Ib., 97).
Estas reflexiones de Levi-Strauss le llevan a caracterizar la tolerancia de este modo:
“(...) no es una posición contemplativa que dispensa las indulgencias a lo que fue o a lo que es; es una actitud dinámica que consiste en prever, comprender y promover aquello que quiere ser. La diversidad de las culturas humanas está detrás de nosotros, a nuestro alrededor y ante nosotros. La única exigencia que podríamos hacer valer a este respecto (...) es que se realice bajo formas, de modo que cada una de ellas sea una aportación a la mayor generosidad de los demás” (Ib., 104).
Desde los años 1950, la tolerancia se define generalmente como un estado mental de apertura hacia el otro. Se trata de admitir maneras de pensar y actuar diferentes de aquéllas que uno mismo tiene. A nivel individual, y en una sociedad utopica libre, para que haya tolerancia, debe haber elección deliberada. Sólo se puede ser tolerante con aquello que uno puede intentar impedir. La aceptación bajo constricción es la sumisión.
Al final de su defensa del intercambio cultural, Levi-Strauss se manifiesta fundamentalmente pesimista, pues considera que las fricciones y conflictos interculturales parecen responder a múltiples y complejas causas que las convierten en inevitables (Ib., 141-142). De este modo, los contactos interculturales no siempre son tan productivos y, desgraciadamente, pueden generar serios conflictos; pero no por eso hemos de renunciar a apelar a la razón para demostrar las ventajas consecuentes del respeto y la aceptación del otro. Y si por si esto fuera poco, la gravedad de los posibles conflictos podría conducirnos al suicidio colectivo, en este mundo multicultural y dinámico, según el autor suizo.